sábado, 18 de agosto de 2012

El baile Salvaje.





Las fiestas de Caspueñas están a la vuelta de la esquina, este año el primer fin de semana une Agosto con Septiembre. Viernes 31, Sábado 1 y Domingo 2. 
Una vez más metidos en harina, no se ya cuantas fiestas he vivido, pero han sido unas cuantas. 
Aquí hay tema para todos los gustos, la vida en las peñas con los amigos y las anécdotas que dan que hablar durante muchísimo tiempo. Para los toreros sus festejos taurinos por la vega o en la plaza, para los bailongos la charanga y los pasodobles, y las orquestas o grupos en la plaza.


En esta nueva entrega me voy a detener en un momento clave para el final de la fiesta en la plaza, cuando el grupo de turno hace su último pase, echa el resto e intenta que el personal termine con buen sabor de boca.
Ese es el momento del baile salvaje, y os preguntareis algunos ¿que coño es eso del baile salvaje?.
Bueno habría que remontarse a cuando unos cuantos de nosotros, los más mayores de la peña no llegábamos a la mayoría de edad.
El nombre lo puso un chavalote de Valdesaz, que en los frenéticos momentos de la canción "okupación" de los Barricada, cuando toda la tropa estaba sin camiseta y empujándose, aquello era el baile salvaje, el desentreno brutal y la locura sin medida. Una risa tonta, un sin parar que ahora sería difícil de imitar.
Pues todo aquello que hacíamos en el local, luego se traspasaba al final a las fiestas del pueblo, en el momento en que el grupo de turno tocaba algo que empujaba a los presentes a saltar, gritar y desfogarse como si aquella noche fuese la última de nuestras vidas.

Pasan los años y hay algunas canciones que deberían haberse jubilado ya del tinglado, de tanto sonar han perdido su encanto y la gente ha acabado odiándolas repetirse más que el ajo en el gazpacho.
Todo el mundo que ha vivido unas fiestas en su pueblo estoy seguro que podría nombrar unas cuantas:
El vals del obrero de Ska-p, Marihuana de Porretas, Fiesta pagana de Mago de Oz, Dolores se llamaba Lola de Los Suaves, Chiquilla de Seguridad Social, y un largo etc.
Por otro lado siempre se han incluido temas extranjeros que levantasen el ánimo al personal:
Highway to hell de AC/DC, Enter sandman de Metallica, Killing in the name of de Rage Againts The Machine, Jump de Van Halen, Du hast de Ramstein, Song 2 de Blur, I want it all de Queen, etc.
Esto con mayor o menor fortuna dependiendo del nivel de la orquesta o grupo que tuvieses sobre el escenario, pero siempre aderezado con los empujones, agarrones, saltos, risas, gritos, sin razón y alguna que otra caída con el grupo de rescate levantando a los caídos

.

¡Por qué alguien no cambia el repertorio de una santa vez!. Sí amigos. todas estas canciones nos gustaban, pero las habéis matado. Todos estos grupos tienen muchísimos discos, muchísimos más temas de donde sacar para hacer otro repertorio.
Pero en fin, creo que es como quitar el Cha ca Cha del tren, o la canción esa de Islas Canarias, Pierdo el tiempo diciendo todo esto.



 Esto va por todos los que habéis disfrutado de ese momento, sudado la camiseta para después perderla en el lío, habéis cantado, acompañado la música botando, a los que os habéis tirado del escenario.
Aquellas noches que siempre se intentan mejorar pero que difícil lo pone el maldito reloj de la edad.






A disfrutar de las fiestas se ha dicho.



viernes, 17 de agosto de 2012

La increible historia de Hipólito "el hombre pájaro". VI



VI
Conclusión


" El ancho campo me parece estrecho,
la noche clara para mí es oscura,
la dulce compañía, amarga y dura,
y duro campo de batalla el lecho."
(Garcilaso de la Vega. Soneto XVII)

-¿Volvió a verla?. 
Mi pregunta sacó al extranjero de los recuerdos del pasado, asintió y ensayó una triste sonrisa.
- Esa ha sido mi persecución, el poso amargo que quedo de todo aquello. La he visto en París, en Roma y hace tan solo unos días en Madrid. Que puedo decir, la veo sobre el escenario, y mi mente evoca los felices días en los que creí correspondido mi amor hacia ella. Lo hago a escondidas, sin que ella me vea, y disfrutando de su cercanía por un momento.
- Sabe, no creo que usted fuese tan mala persona para que le tratasen así.
- Gracias chico, pero con el tiempo me he dado cuenta que hice cosas despreciables, tal vez necesitase que alguien me diese una lección. Y vaya sí me la dieron ...
- No, debería hablar así.
El hombre se aproximó a los ventanales y volvió a hurgar en las cortinas dejando pasar la claridad del día.
- A partir de mañana Hipólito Rhamel estará muerto, dejará paso a Hipólito Rivas, el apellido de mi madre, lo he estado pensando y es mi forma de pasar página y dejar atrás un pasado del que no me siento muy orgulloso - Se volvió entonces y por primera vez su sonrisa no tuvo ningún atisbo de pena -. Bueno muchacho, gracias por escucharme con tanta paciencia, gracias por tu compañía. Me has ayudado bastante, ha sido una liberación el poder hablar de todo aquello. Espero no haberte incomodado, la situación era extraña pero aguantaste. 
El tipo me estrecho la mano, y por mi parte no fui capaz de decir nada, me sentía pequeño y estúpido, al salir saludé con la mano y me marché sin más.

No le volví a ver nunca, se desvaneció aquel caluroso verano y este hecho dio que hablar hasta que acabó la siega y se recogió la uva en la vendimia.
Mi tío Ventura comentó que se lo encontró un día en el camino de Brihuega, que le había visto asomado a un carruaje atestado de bultos y equipajes.
Por otra parte el viejo "rata" se encontró la casa de Hipólito abierta de par en par, los animales habían desaparecido del corral, bueno todos no. 
En medio del salón, una jaula dorada guardaba un jilguero que aleteaba asustado y famélico, a su lado una nota escueta:
Cuidenlo.
Al lado una rosa roja marchita por el calor.

Aquella casa en lo alto del barranco, misteriosa y solitaria dio para muchas historias.
Uno de los chicos del pueblo bautizó al desaparecido dueño con el apodo del hombre pájaro, asustaba a los más pequeños diciéndoles que los visitaría las noches de luna llena y les dejaría sin gotita de sangre.
Nunca he contado nada a nadie, ni un pequeño detalle de la historia, hubo un día en el que puse cara a otro de los protagonistas de la misma. Me impresionó ver una fotografía de Eloise, en el diario de provincias, era una actriz de prestigio según leí.
La verdad es que era muy guapa, aunque note en sus ojos un halo de tristeza semejante al del hombre pájaro.

A veces las cosas no tienen un porqué, simplemente surgen por qué sí, aquel día alguien abrió su corazón al no aguantar el peso que llevaba encima, y lo hizo ante un chiquillo de pocos años.
Ahora, me encuentro con estos antiguos sucesos, hechos de mi vida prendidos como viejas fotografías, recuerdos caducos ya enterrados por los asuntos del día a día.
Lo que sí estoy seguro es que la historia que me contó influyó en mi vida, he intentado ser lo mejor que he podido, y dar a los demás lo que merecían. En cuanto al amor, hubo de todo, sin duda lo disfruté y a veces lo sufrí.
Soy viejo ya, cansado, y viviendo del recuerdo de los felices días de antaño, ha pasado mucho tiempo pero creo que debo limpiar su nombre. Me he propuesto escribir lo que aquel hombre me confesó, es el momento de matar al hombre pájaro, y al supuesto vampiro que habitó en la casa del llano, aquel extranjero pudo cometer sus fallos pero ya pagó su penitencia, tan solo fue un Icaro al que se le quemaron las alas por acercarse demasiado al sol.

Diego Barquero Blas. Azuqueca de Henares. 17 de Agosto de 2012.



miércoles, 15 de agosto de 2012

La increible historia de Hipólito "el hombre pájaro". V



V

¿Se puede un alma hundir más en las tinieblas?, ¿o sentir que se ha muerto por dentro?. Caí al fondo de un pozo oscuro, perdí las ganas de vivir por todo lo sucedido, aunque todavía no sabía que el último golpe estaba aun por llegar. 
El día siguiente al entierro de Elisa, busqué un café tranquilo donde engañar al estómago, por qué el apetito también me había abandonado y más bien buscaba escapar un rato de casa.
Allí sentado en un rincón, atrajo mi atención un periódico abandonado en la mesa contigua, aparté cuanto descansaba sobre la mía y me hice con el diario. Lo extendí alarmado delante mia, en negrita se detallaba el entierro de mi prometida, después en letras destacadas otro titular de última hora, anunciaba tétricas nuevas:

MANCILLADA LA DIFUNTA

Escalofriante hallazgo...
El ataúd había sido desenterrado y el cadáver de la joven había desaparecido.
La policía no ha querido desvelar si hay pistas sobre quien ha podido realizar un acto tan macabro como impactante...
Todo ello se une al dolor de la familia Svoboda, este hecho reprobable ...

- ¡Dios mio!. Aparté aquel montón de papeles, aun más roto, sin fuerza alguna y maldiciendo todo aquello, me veía como un guiñapo en manos del destino, o de algún dios cruel que se estaba divirtiendo a mi costa.


     Me miré en el gran espejo de la habitación, sonreí a la estúpida y muy cambiada figura que se reflejaba en su superficie.
Eché otro trago, y volví a mirar, señalé a mi imagen para después darle la espalda y tumbarme sobre la cama.
La bandeja con restos de comida cayó sobre la alfombra, pero poco me importaba todo aquello, seguí con la atención puesta sobre la botella de ginebra, para después intentar levantarme y buscar una entera, miré de reojo hacia la mesita de noche.
Sobre esta descansaba, seria y cruel mi pistola, parte de la herencia de mi padre.
Aparté la mirada, decidí que no era el momento, todavía no estaba totalmente anestesiado. Crucé como una sombra el pasillo, llegué al salón tropezando con todo lo que encontraba a mi paso.
La casa estaba tan fría, en penumbra. Fuera el invierno toqueteaba los cristales de los ventanales con clara intención de entrar. Paré en seco, el estado en que estaba remitió por un instante, guiñé los ojos tratando de mejorar mi visión.
Y es que una figura se erigía junto a la puerta de entrada, retrocedí despacio, tanteé una mesita auxiliar donde encontré la caja de cerillas, rasgué uno de los fósforos y su llama iluminó momentáneamente la estancia.
Segundos, la luz dibujó su blanquecino rostro, llevaba puesto el mismo vestido blanco con el que había sido amortajada.
Era igual que en aquel sueño, pero aquello era muy real...
Me sonreía, pero no decía nada, la gasa de su vestido parecía flotar en el aire, clavaba sus ojos en mi. Entonces abrió su horrible boca.
La cerilla cayó, reaccioné asustado al ser absorbido por las tinieblas. Encendí otra y la levanté buscando la posición de aquel ser que en vida fue mi amada.
Sombras, oscuridad, no había nada ni nadie. 
Con los nervios apretando mis pulsaciones retorné a mi habitación, la ventana estaba abierta de par en par.

     Aquella pesadilla ya fuese real o solo un mal sueño, me hizo tomar la decisión, el ansia de encontrar al hombre causante de tanto mal y mandarlo al infierno. De esa manera, pasé los días frecuentando los peores tugurios de la ciudad e indagando entre los turcos que residían en Praga. Buscaba desesperado, aunque fuese una pequeña pista que me llevase hasta Pamuk, pero todo resultaba en vano. Y en algunos casos noté el miedo en sus ojos, y una palabra: Upir!. 1
     Una noche siguiendo a dos turcos que trabajaban en el matadero, me vi adentrándome en una parte de la ciudad que no conocía. A orillas del río, entre un laberinto de calles estrechas fuimos a parar ante una puerta de madera roja, con adornos en metal ennegrecidos por el abandono.
Desde mi escondite vi a aquellos individuos que la golpearon dos veces, y tras una larga pausa salió por ella un tipo enorme, vestido de forma elegante que después de hablar con ellos un rato les dejó pasar.
De dentro escaparon risas, cánticos y el murmullo de la gente en lo que nunca hubiera imaginado que fuese un bar.
Allí donde fueres haz lo que vieres, solía decir mi madre, y así lo hice. 
Golpeé dos veces la puerta, tras lo cual el gorila que la custodiaba salió hacia la fría noche y me examinó de los pies a la cabeza. Lanzó un bufido y pasé el examen pues con un gesto me indicó que pasara.
Hacia calor allí dentro, el recibidor pequeño, una silla en un rincón  para a continuación pasar a una estancia iluminada por faroles de ornamentación árabe.
La gente se sentaba alrededor de mesas redondas donde se veía a algunos fumando en pipas de agua, otros apoltronados en divanes, algunos sobre cojines y alfombras... Gruesos cortinajes tapaban las paredes de toda la habitación, y la luz jugueteaba con las sombras manteniendo en parte cierta intimidad para los clientes del sitio.
Elegí un lugar desde donde podía ver a todos los parroquianos del pequeño Estambul que tenía ante mis ojos, al tiempo se acercó un camarero y le ordené me sirviese un té, después me puse en la labor y analice uno a uno a cuantos me rodeaban.
A los que no acerté a ver era a las dos bestias que me habían llevado a aquel exótico lugar.
El camarero trajo la tetera y un pequeño vaso de cristal, aproveché para preguntar.
- Disculpe, estoy buscando a Isoef Pamuk, ¿le conoce?.
La tetera fue a dar contra el suelo, el desdichado se agachó a recoger los restos del desastre, se giró y dijo en voz baja:
- No, no. Tras lo cual y muy nervioso se irguió y con rapidez se alejó de mi.
El incidente no había pasado inadvertido en las mesas más próximas, y claro este tuvo sus consecuencias.
Uno a cada lado, los dos hombres a los que había seguido se sentaron a mi mesa.
- ¡Debe marcharse ahora!. Advirtió el más mayor de los dos con un fuerte acento.
- Por casualidad no sabrán donde puedo encontrar a Iosef Pamuk.
- Calla maldito. Señaló el otro con rabia. Tenía un cuchillo en la mano y me lo había puesto cerca de los riñones.
Me levantaron del asiento y me sacaron de la sala, sonrientes y guardando las apariencias, el que llevaba el arma de vez en cuando me la acercaba para que notase su frío aliento pegado a mi piel.

     Me empujaron sin miramientos, a punto estuve de caer de bruces, me revolví furioso aunque sabía que de momento tenía pocas posibilidades contra aquellos matones. Y por otro lado, tenía la impresión de que estaba cerca de mi objetivo.
No había reparado que allí, oculto por la sombra del mismo edifico, en aquel sucio callejón, había otra persona observándolo todo.
- Bueno, finalmente creo que el juego toca a su fin. Felicidades Hipólito me has encontrado antes de lo que esperaba.
El desconocido dio unos cuantos pasos hacia mi, mientras el del cuchillo y el otro esbirro se ponían a su lado.
- ¿Es usted Iosef Pamuk?. Escupí aquellas palabras con indignación y rabia, degustando  el sabor de la venganza.
- El mismo, ese soy yo. Dijo con sorna el repugnante hombre.
- Maldito seas mil veces, no se en que has convertido a mi querida niña, no se lo que eres... Pero sí puedo asegurarte que te mandaré al infierno.
Sus blancos dientes destellaron como contestación, esa diabólica sonrisa destacaba en aquella atmósfera y me ponía los pelos de punta.
- ¿Me lo llevo por delante?. Preguntó el perro que sujetaba el puñal.
Pamuk le hizo un ademán y se pusieron detrás suya, ¿que me tenía preparado aquel diablo?. El turco entonces dio otros dos pasos hacia delante y pude verle por fin el rostro.
Tenía dos ojos pequeños y listos que me traspasaban, nariz picuda y unos labios pequeños y rojizos. La piel oscura, morena a juego con el largo y liso cabello que llevaba hacia atrás y llegaba hasta el cuello.
- No parezco un vampiro, ¿verdad?.
- Muerto o no muerto, ser del infierno o no, lo comprobaré ahora mismo.
Saqué el revolver y lo amartillé, apunté a la cabeza y me preparé para apretar el gatillo.
Esos instantes en que todo se detiene, en que incluso los latidos del corazón se toman un descanso, los matones retrocedieron con la cara desencajada. La de aquel despreciable siguió impasible, no movió un músculo.
El gatillo cedió, lo apreté con todas mis ganas, pero un irrisorio CLICK se perdió en el silencio de la noche. El pánico me agarrotó , repetí la operación, y nada, el mismo resultado.
El corazón volaba, noté como un gélido sudor me agarraba por la nuca, cruel y sin piedad.
- No iba a permitir que hicieses ninguna tontería. Advirtió el turco con satisfacción.
- ¿Pero como...?.
- Quitando las balas, la otra noche cuando ibas borracho como una cuba. Simplemente eso. Ahora vas a escuchar viejo amigo.
Pamuk se agarró entonces del cabello y tiró hacia atrás, revelando su verdadero cabello corto y rubio, después repitió la operación con el fino bigote, y por último abrió la boca de par en par y se arrancó la dentadura de pega que llevaba sobrepuesta a la propia.
- ¿Fabricio? - No entendía nada, allí delante acababa de presenciar como el asesino de mi amada se convertía en uno de mis mejores amigos - . ¿Como es posible?.
Los matones se giraron sin decir nada, abrieron la puerta del callejón y desaparecieron por ella.
- Sí soy yo, no nos veíamos desde hace unos cuantos meses, desde que te presenté a tu querida Elisa en aquel baile de primavera, bueno eso no es del todo cierto...
Querido Hipólito, ha llegado el momento de terminar con todo esto, un juego que dura semanas y en el que tu has sido la víctima. Pero para que entiendas todo, y le encuentres sentido, he de remontarme a hace unos cinco años.
- ¿Te has vuelto loco, de que estás hablando?.
- Te pido que te calmes, pues en un momento todo quedará aclarado. Te ruego que recuerdes a una persona, alguien especial a quien seduciste y cuando te cansaste de ella la abandonaste. Aquella joven se llamaba Eloise, era buena, amable, bella y excesivamente crédula de tus intenciones.
No la diste cabida en tu querer, ni en tu disoluta vida, la destrozaste y la mandantes a un terrible tormento, a una miseria abonada por tu desdén.
Sabes, estuvo a punto de morir por tu culpa, yo conocí a aquella flor en ese estado. ¡Maldito seas Hipólito por todo ese dolor que provocaste!.
El tiempo nos unió, aprendí a amarla y protegerla y ella al final se olvidó de ti y nos casamos.
Pero... La semilla que dejaste en ella nunca murió del todo, eso sí, se transformó en un odio visceral hacia tu persona, alimentado por tus acciones y por todo lo que te rodeaba. Llegaban a sus oídos tus nuevas conquistas y abandonos, y tu inmisericordia en los negocios.
Eloise alcanzó sus sueños, se convirtió en una gran actriz que ha obtenido gran reconocimiento por todos los teatros de Europa. A pesar de todo, de nuestro amor, de la fama y de la posición alcanzada no fueron suficientes para matar aquel odio.
La gota que colmó el vaso fue el año pasado, sería Febrero, se enteró de que habías despedido sin ningún motivo a una empleada embarazada de tu negocio. Me rogó que la ayudase y se propuso mostrarte que es el amor, para después arrebatártelo sin compasión, quería hacerte sufrir lo mismo que hacías con tus enamoradas.
Entonces ella se convirtió en Elisa, por primera vez en la vida, te vimos enamorado y aquella flor que tu pisoteaste en una ocasión se vengó clavándote sus espinas.
Sin duda ha sido el mejor papel de la gran Eloise, se tiñó los cabellos y el paso de los años y tu escasa memoria para con las mujeres hicieron el resto.
¿Quien iba a decir que alguien tan pragmático llegaría a creer en vampiros?. Tu que te jactabas de no beber, has caído en las duras garras del alcohol. Es todo tan extraño, ¿verdad?.
Al final ha sido el amor el que te convirtió en mejor persona, pues desde que fallecieron tus padres, no has hecho mucho por los demás si no fallarles.
Elisa no murió amigo mio ;su padre el señor Svoboda y su madre son figurantes en la obra sobre Macbeth que se estrena la semana próxima en París; el inspector de policía; la comitiva fúnebre; la noticia del periódico todo ha sido un costoso y gran montaje promovido por nosotros.
Toda esta farsa se cernió sobre ti, y este es el fin del camino.
Eloise me pidió que me despidiera por ella, con un simple adiós. Por mi parte, alguna vez te quise como un amigo, luego vi como te convertías en un miserable que se aprovechaba de los demás y me diste asco. Ahora me das lástima, solo espero que después de tanto dolor veas el sentido correcto de tu vida.
Deja de provocar dolor a todos los que te rodean, a los que te aprecian, a los que dependen de ti. Antes de que la vida te devuelva lo que siembres.
Adiós, Hipólito Rhamel, espero que seas feliz.




1 - Upir - Vámpiro en turco.




jueves, 9 de agosto de 2012

La increible historia de Hipólito "el hombre pájaro" IV



La felicidad resbaló como arena entre los dedos, un gran pesar lo inundó todo, recuerdo a retazos, jirones de mi alma, el resto de aquel aciago día de diciembre.
Al señor Svoboda se lo tuvieron que llevar unos parientes suyos que habían venido acompañándole, oía a mis empleados infundiéndome ánimos y trayendo humeantes infusiones.
No se en que momento mi tristeza y mi confusión dieron paso a las ganas de conocer como se había marchado mi preciosa Elisa.
El bueno de Dvorak me señaló que en mi estado era mejor que me recuperase y que aquello carecía de importancia en ese momento. Y como un buen padre me impuso llevarme a casa y hasta que se cercioró que me metía en la cama no me dejó a solas.
No pegué ojo, fantasmales visiones me sobresaltaban, una y otra vez la veía amortajada, en cierto momento del sueño se incorporaba y me señalaba.

     El día del último adiós los cielos se aclararon y dejó de nevar, un tímido sol nos acompañó durante la ceremonia en el cementerio.
Todo era tan extraño, no terminaba de asumir todo aquello y me movía entre aquellas gentes dejándome llevar por el grupo.
Por suerte aquel suplicio se extendió poco, las palabras del cura eran solemnes pero no describían a mi pobre Elisa.
Me mantuve detrás del primer grupo, que imaginé como familiares allegados. 
La situación se hizo más dura cuando bajaron la caja, con gusto me hubiera arrojado con ella, las piernas me temblaban y me sentía desfallecer.
Un llanto de mujer rompió aquel maldito silencio, el señor Svoboda trataba de consolar a su mujer, aquello era una locura, no aguanté más, la rosa que llevaba cogida descansó sobre el suelo nevado e intenté escapar de allí.

- Toda Praga habla de este desdichado suceso - Me giré hacia el joven que había pronunciado aquellas palabras -. ¿El señor Hipólito Rhamel?.
- Sí, ¿Y usted...?.
- Perdone mis modales - estiró su mano enguantada y me estrechó la mano  - . Joseph Novak, inspector de policía.
- Encantado.
- Conozco la relación que mantenía con la muchacha y quería hacerle unas preguntas, simple rutina. El policía mostró una sonrisa mil veces ensayada y mil veces intranquilizadora.
- Intentaré responder, aunque como comprenderá ...
- Muy bien, caminemos hacia la salida, hoy el día ha dado una tregua en cuanto a la nieve, pero sigue haciendo mucho frío. 
- Vamos pues.
- ¿Dígame, ¿cuando fue la última vez que se vio con Elisa Svoboda?.
- La tarde del lunes, en el café del sol.
- Buen sitio ese - apostilló el inspector mientras comenzaba a garabatear en su libreta -. ¿Le comentó algo extraño sobre la tienda?. 
Mi cabeza se aturullaba más, y se angustiaba por las preguntas del policía. 
La policía, la policía me repetía. ¿Acaso ella ...?.
- Antes de continuar le ruego que me diga en que circunstancias murió.
El joven se paró en seco y fijó sus grandes ojos claros en mí, se subió el cuello del abrigo y suspiró.
- Realmente ... ¿no sabe nada, no se ha enterado de todo lo que ha ocurrido?.
- Solo se que esta muerta y que nunca más podré estar con ella.
- ¿No ha leído los periódicos?. Bueno ya veo que no, se me hace duro, pensaba que usted era conocedor de todos los detalles.
- Le ruego, le pido que me los aclare.
- Esta bien, la señorita Svoboda no murió de causa natural, eso ya lo ha deducido usted, sí no mi presencia aquí sería innecesaria.
- Por favor...
- La noche del lunes alguien la atacó en la tienda de antigüedades, aprovechando que el padre había subido un momento al piso de arriba.
- ¡Dios mio!. No puedo ser, a cada paso este dolor se hace más grande. Que locura es esta. Me comentó que iba a ayudar en una tasación, habían quedado con un cliente, un hombre que quería vender una daga. Era Turco, creo...
- Así es, le estamos buscando, se llama Iosef Pamuk - Aquel nombre quedó grabado a fuego en mi memoria. A un paso de la puerta donde esperaban los negros coches de caballos el hombre me detuvo y bajó el tono de voz -. Quizás no hace falta que le advierta, pero se lo diré, ese hombre es peligroso, no quiero ni que se le ocurra por un instante tomarse la justicia por su cuenta. Se trata de un depravado, un loco, la atacó sin misericordia, la destrozó la garganta.
- No, no es posible.
- Siento ser así de crudo, quiero que sepa a que tipo de persona nos enfrentamos, le haremos pagar lo que ha hecho, pero usted manténgase al margen, no me gustaría que le ocurriese algo.
La tristeza era empujada por la cólera, las palabras del inspector que lejos de amedrentarme, alimentaban la llama de la ira y de su hija la venganza.
Sus palabras rebotaron entre las tumbas, entre los cipreses, y fueron más allá de los panteones. En mi interior se había desatado una terrible tormenta que me movería a la búsqueda que dura hasta hoy.

     Podía haberme dado por beber, e intentar apagar aquella llama con el alcohol, la verdad es que lo intenté pero mi cuerpo no lo toleró y se deshizo rápido de la ginebra.
Después entré en un estado febril, me encontraba muy débil, apenas pude arrastrarme después de vomitar hasta la cama.
Nuevamente quedé enredado en aquella pesadilla, Ella venía silenciosa hasta la ventana de mi cuarto, yo la abría y la dejaba entrar. Su fino camisón flotaba con la suave brisa y se acercaba más hacia donde yo estaba, la abrazaba y la atraía. Pero algo había cambiado...
La bondad de sus ojos había desaparecido, la sonrisa, sus dientes eran más grandes.
Me levanté de un salto, empapado en sudor, de nuevo las nauseas se apoderaban de lo que quedaba en mis tripas.
Según el reloj, eran las dos y media de la madrugada.
Sentí el frío, y noté que las cortinas giraban y se contoneaban al fondo, la ventana se quejaba sobre sus bisagras, estaba abierta y la habitación quedaba iluminada por la luna.
- ¿Como me había podido dejar la ventana abierta?.

     Quedaba una semana para navidad, había decidido que era el momento de pasarme por la oficina y refugiarme en el trabajo para tratar de atenuar su recuerdo.
Los empleados me saludaron afectuosamente y se preocuparon por mi salud, Dvorak en particular me hizo notar que el traje que vestía me quedaba una talla más grande.
- Esas ojeras, todavía no esta bien, vuelva a casa o visite a algún pariente.
- Pensé en hacer algo útil, en mantener la cabeza ocupada...
- Hágalo, pero fuera del trabajo, vuelva cuando esté plenamente recuperado. No se preocupe por nada, las cosas aquí marchan bien, le mandaré algunos informes.
Me devolvió el sombrero, me ayudó a ponerme el abrigo y con una sonrisa me hizo volver sobre mis pasos.
En ocasiones Dvorak se parecía bastante a mi madre.

martes, 7 de agosto de 2012

El Viaje del Parnaso.


A veces uno tiene sus momentos en los que necesita sacar de dentro las tontas ideas que van surgiendo, y creed que en esta jaula de grillos, las hay de todas clases y no menosprecio ninguna de ellas. 
En una vuelta de tuerca más a este pasatiempo bloguero, he añadido otro donde busco la difícil unión entre los escritores del Siglo de Oro, los pocos rincones que he visto en la península y fuera de ella a modo de fotografías y por supuesto una pizca de mi locura. Es una tarea más complicada que la que plasmo en el blog de música y cine (nostromo76.blogspot.com), pues las visitas allí son frecuentes, pero al fin y al cabo me veo limitado a ser un mero crítico sobre lo que otros hacen. 
Este nuevo camino es más trabajoso pues la poesía, los textos antiguos en muchísimas ocasiones se deshechan y no se valoran tachándose de algo arcaico y acabado.
Pero pienso que cuando hablo de un sitio, de una sensación, de una anécdota vivida cuando la uno a una foto propia, y trato de adornarla con los sonetos, textos y pensamientos de gentes ya ilustres en las letras españolas; entonces se hace claramente un recuerdo más bello que intento compartir con los demás.
Últimamente sufro un episodio de inspiración elevada a la máxima potencia, las musas me sonríen y me siento liberado aporreando las teclas del pc, garabateando en la libreta, rebuscando en el disco duro las fotos de las vacaciones... Tal vez solo sea un momento fugaz, trataré de mantenerlo todo lo que pueda bien agarrado, y de momento no se sí lograré tu interés, o saldrás huyendo y gritando:

- ¡Este cada vez está peor!.

Sí decides subirte a este viaje esta es la dirección:





lunes, 6 de agosto de 2012

La increible historia de Hipólito "El hombre pájaro" III



A continuación aquel extraño hombre comenzó a hablar, al principio titubeante e inseguro, después se fue desatando ya que aquello suponía una liberación para su alma.
Seguí con interés el monólogo, en un primer momento obligado por la situación, después cautivado por el relato me sumergí en los acontecimientos que mi anfitrión me iba detallando.
Hubo algunas cosas que se me perdían, pues no entendía bien, pero cada una de las palabras quedaron archivadas en mi mente, hasta el día de hoy.
Este fue el testimonio del extranjero:

         Soy Checo y nací en la bella Praga, allí he vivido hasta que hace unos meses la mala suerte se cebó en mi persona y en el ser que más quería.
Mi madre era española, por lo que no tengo problema con tu idioma, y aunque en el pasado me propuse visitar esta, mi segunda patria, no ha sido hasta ahora cuando a causa de mi persecución me he visto obligado por las circunstancias.
Sí me preguntases, si he sido feliz, te diría sin dudarlo y con una sonrisa que sí. He mantenido una posición privilegiada, acrecentado la fortuna que heredé de mis padres, los negocios me marchaban bastante bien y luego la tenía a ella.
Los cimientos de mi dicha no se sustentaban en el dinero, si no en algo más hermoso como el amor.
Elisa, la más preciosa criatura que mis ojos pudieron ver.

        Quedé prendado desde el primer momento en que un amigo común nos presentó en uno de los bailes de primavera que se celebraban en la ciudad. Después de varios encuentros, buscados intencionadamente por mí, conseguí una primera cita con la inteligente y adorable muchacha.
         ¡Ah, que doloroso es recordar todo esto, pero es necesario, y quiero aliviar esta tensión que aprieta aquí dentro!.
      Contra más la fui conociendo más la fui queriendo, y más enredado quedaba en las tupidas redes de Cupido.
Era esbelta y de movimientos suaves, su piel blanca, sus largos y ondulosos cabellos oscuros como noche cerrada, cuando sonreía y mostraba sus pequeños dientes sentía morirme un poco y anhelaba retenerla a mi lado, deseoso de que aquellas citas por las concurridas calles de Praga no acabasen nunca.
Sus padres tenían un negocio de antigüedades en la parte vieja, a ella le entusiasmaba todo aquel mundo y evocaba ensoñadores discursos sobre antiguos reinos e imperios olvidados.
Me encantaba escuchar su armoniosa voz, que era la de un ángel, transmitía la bondad de su corazón que era infinita.
            Las semanas pasaron y casi había llegado la navidad cuando un día que cruzábamos el puente de Carlos sobre el Moldava, brotó de mis labios lo que mi sentir guardaba desde hacia tiempo y la sonrisa que iluminó la cara de mi amada fue un tronar de campanas para mi gozo, fue como si toda las iglesias de la capital festejaran aquel instante de felicidad.
- Sí, claro que me casaré contigo amor mio.
Aquel beso fue un rayo, un placer intenso que quemaba y curaba al mismo tiempo, era el hombre más feliz del mundo pues tenía todo lo que deseaba.
              Al despedirme de ella anduve por las calles de la ciudad dorada, callejeando sin sentido, ebrio como iba y con el pecho y la mente a toda máquina. Los edificios, las torres, las iglesias flotaban a mi alrededor como en una nube y la nieve que se amontonaba por todas partes no impedía mi dichoso caminar. Así estuve hasta la puesta de sol, sumido en mis dulces pensamientos y loco por volver a tenerla entre mis brazos al día siguiente.


Despaché sobre las cinco de la tarde a unos comerciantes genoveses que traían seda de oriente. Mi cabeza estaba en otro sitio, de manera que les despedí y les dejé en manos de mi segundo, el señor Dvorak.
Equipado para la fría tarde me encasqueté mi sombrero y los guantes, tiré del abrigo y en apenas cuarto de hora estaba acomodado en un café discreto próximo a la antigua iglesia de Tyn.
Elisa apareció puntual, se sentó a mi lado y no paró de hablar desde que se sentó a mi lado, parloteaba emocionada sobre una daga turca de gran valor, antiquísima, que un noble de aquel país había llevado a la tienda la noche pasada antes del cierre.
Yo la miraba, y sonreía, era feliz viéndola tan motivada por la aparición del objeto, estuvo hablando durante cerca de una hora hasta que logré que cambiase de tema y estuvimos planeando las cercanas navidades, y en un momento dado me expuso su deseo de que conociese a sus padres que ya sabían sobre lo nuestro.
Miro inquieta a los lados, y preocupada me preguntó por la hora, y viendo que quedaba poco para las siete explicó nerviosa que tenía que marchar, pues el misterioso dueño de la daga había quedado para recibir un precio por el objeto, y su padre necesitaba que le echase una mano en la tasación.
Me ofrecí a acompañarla pero ella se negó diciendo que solo eran unas calles y que no quería entretenerme, que yo ya había trabajado bastante por hoy.
              Ahora que ha pasado el tiempo, mil veces pienso en aquel beso de despedida, parco y silencioso. En ese instante todo un mundo y con ello bastaba para llenar mi alma.
En estos días lo busco, huérfano de emociones buenas, hundido en la oscuridad y desesperado, y me queda tan lejano.


Al día siguiente la ciudad amaneció enterrada en nieve, a mí me daba igual pues seguía presa del amor y atendía a lo mundano con suma displicencia y actuaba como un autómata. Algo debió notar el señor Dvorak pues ultimó el mismo el asunto con los italianos y solamente entró al despacho para soltar un triunfal.
- ¡Lo tenemos!.
Desde los amplios ventanales, entonces mi pasotismo sobre el resto del mundo cambió, comprobé que la nieve seguía levantando barricadas a lo largo y ancho de las calles aledañas.
Me imaginaba que Elisa hoy no acudiría a la cita, estando Praga intransitable, pero cuando salí de la oficina a eso de las cinco mis pasos me llevaron nuevamente al café.
Allí permanecí por espacio de dos horas, y al final me di por vencido, aquella tarde no iba a verla.

Amaneció un nuevo día con cortinajes grises y el manto blanco más denso sobre la capital de Bohemia, apenas probé bocado en el desayuno y salí disparado hacia la oficina. Moverse por la calle era una aventura y eramos pocos los que se atrevían a hundirse en el frío abrazo de la nieve.
Me encerré en el despacho anhelando la presencia de Elisa, y soñando con nuestro siguiente encuentro, me invadía la melancolía y no conseguía quitármela de encima.
El reloj de la pared anunciaba casi las doce cuando la puerta se abrió y por ella asomó el singular rostro de mi fiel Dvorak.
- Señor ... Aquí hay alguien que quiere verle.
- Vaya, estaba a punto de salir a almorzar, ¿de que se trata?. Si no es nada importante dile que vuelva a las dos.
- Dice que es un anticuario, el señor Svoboda.
El apellido sonó como una bofetada en la mejilla, me puse algo tenso, aquel hombre que estaba tras la puerta era el padre de mi querida niña, ¿y sí viniese a reprocharme algo?.
- Hazle pasar.
Me sudaban las manos, y notaba como los nervios se apoderaban de mi ser.
Pero todo se vino abajo, aquellas imaginaciones sobre un padre castigador se difuminaron al ver entrar a la estancia a aquel hombre de porte serio, de pelo canoso que vestía abrigo y traje negro.
La cara del señor Svoboda no transmitía ira, más bien emoción contenida y tristeza. Algo en mi se removió y enraizó un miedo atroz que se desbocaba, necesitaba saber y rápido.
- Encantado de conocerle señor. Dijo el hombre tendiéndome su gélida mano.
- Por favor, igualmente, le ruego que se siente.
- He venido hasta aquí, por qué me lo pidió mi pequeña, también pienso que usted debe saber lo ocurrido antes de que se entere por terceros.
- ¡Dios mio!, ¡hable, hable me está usted asustando!.
Svoboda bajó la vista, el hombre no pudo contenerse y rompió a llorar desconsoladamente. Me levanté de un salto y le agarré de los hombros.
- Ha muerto, mi pequeña ha muerto.
        Aun atruenan las palabras del buen hombre en mi sentir, cada una de ellas es una espina clavada en mi corazón, que me desangran y nublan el entendimiento. Una noticia que me embargó en la locura y los sucesos desde entonces se han ido alejando cada vez más de la realidad, y los límites con la fantasía y lo onírico han quedado borrados para siempre.




       

domingo, 5 de agosto de 2012

Piedrecitas a mí.

Sí, hubo un tiempo en que los efectos especiales eran sueños de cartón piedra, disfraces en cuyo interior una persona maldecía al que había tenido la ocurrencia de idear aquellas viejas películas. Muchas cumplían y por lo menos entretenían al que se sentaba delante de la pantalla del televisor o pagaba la entrada en el cine, pero eso no quita que muchas veces el espectáculo estuviese tan mal hecho que provocaba la sonrisa del espectador, eso sí no decía la típica frase:
- ¡Pero que cutre!.
Pero las cosas cambian, sí no habría que haber sufrido un Terminator distinto, más aproximado al que encarna Jose Mota; un Parque Jurásico diferente más parecido a las primeras películas de Godzilla; un Matrix que no lo reconocería ni su madre; Avatar la habrían tenido que hacer en dibujos animados; El señor de los Anillos un teatro de marionetas y así hasta el infinito y más allá.


sábado, 4 de agosto de 2012

La increible historia de Hipólito "El hombre pájaro". II



Lector, antes de seguir leyendo, no empieces la casa por el tejado, te remito a la introducción de la historia para que la sigas desde el principio y sigas el orden correcto. Gracias. 

       Aun con las legañas y con el desayuno a medio comer, escuché la ronca voz de mi abuelo llamándome desde el patio.
- ¿Has desayunao ya?.
- Casi. Contesté ametrallando la mesa con las migajas del bizcocho que estaba devorando.
      Entró a la cocina y se dejó caer sobre la otra silla, se enjugó el sudor de la frente con el pañuelo de siempre y me clavó sus oscuros ojos.
- Tienes que subir la cesta a la casa del llano.
Apuré los últimos sorbos de leche de la taza y en mis labios no asomó palabra alguna, me acababa de fastidiar la mañana el tío raro que vivía allí arriba. Pero, fastidiado o no, decidí no empezar el día discutiendo por ese motivo.
Recogí los restos de migajas y limpié con sumo cuidado el sitio en el que había estado sentado, después fui derechito hacia la cesta que me había señalado.
- ¿Qué es?. Pregunté al tiempo que mis manos no esperando la respuesta desenvolvían el trapo que ocultaba el contenido.
- Una docena de huevos, se los prometí el otro día, sube ahora por qué hoy va a apretar bien la calor.
Volví a cubrir el cestillo y de esa manera me vi atrapado en un nuevo trabajito, bueno... Serían las nueve y media o así, y no había quedado con los chavales hasta las once.
Por el camino de la ermita tardaría menos, le llevaría los huevos al "Caraescocio"  y punto final. Ya le había subido otros tantos encargos, pero aquel hombre con sus silencios, con su ensoñadora presencia. Simplemente me ponía nervioso y me sacaba de quicio.

     Paré la cuenta cuando llevaba contados cuatrocientos setenta y seis pasos. Aquel día no me cruce con nadie al salir del pueblo, y la suave brisa del norte no bastaba para apaciguar el calor que por momentos iba en aumento.
Abandoné la estrecha carretera para coger el caminito de grava que iba a parar a la solitaria casa.
Un par de cabras me recibieron llegando al porche, subí de un salto los escalones y golpeé la puerta dos veces.
Silencio absoluto, nadie contestó mi llamada.
Insistí pues quería quitarme cuanto antes de en medio, pero de nuevo la nada, solamente las gallinas del cobertizo cercano y las cabras guardianas parecían enterarse de mi presencia allí.
Hubiera dejado la puñetera cesta allí mismo, junto a la puerta, pero el temor al castigo me hizo pensarlo dos veces.
Aproximé el puño a la madera y apuntaba a mi diana cuando se escuchó desde dentro descorrer una cadena, otro pestillo y otro más.
- Buenos días chico.
Madre, el "Caraescocio" estaba peor que nunca. Los ojos se le perdían en una cara estrecha y palidísima que apuntaba los perfiles cincelados por el hambre y el cansancio.
- Buenos días, traigo esto para usted.
- Gracias, pasa y déjalo sobre la mesa del comedor.
Me mordí el labio, y una nube de disgusto cruzó por delante de mis ojos. Pero obedecí, entré, despacio y sin ganas seguí al extranjero hacia el salón.
Un día más, mientras el observaba lo profundo del valle desde la ventana del fondo dándome la espalda mientras yo vaciaba el contenido del cestillo sobre la mesa.
         En aquel instante fui consciente de que algo no marchaba bien, una angustia crecía en mi interior, ahora no sabía decir si todo aquello era real o producto de un mal sueño.
Pero sentía el olor de la casa, el calor de la calle, la tristeza de aquel hombre...
       Se giró hacia mi, sus profundos ojos se sostenían con equilibrio sobre las marcadas ojeras. El cabello grasiento se formaba tras las profundas entradas y se lo peinaba hacia atrás. Sus inquietas y delgadas manos atusaban una y otra vez el ridículo bigotillo que parecía más bien una hilera de hormigas que se dirigiesen hacia su pequeña nariz.
- Ya esta señor, ya he acabado, me marcho. Suspiré con alivio.
El pareció volver de algún lugar lejano, y fijó su mirada en mi, consiguiendo ponerme más nervioso.
- Espera un instante, no tengo muchas visitas, y aunque no me gusta hablar mucho me agradaría que me hicieses compañía un rato.
- Pero yo ... Balbuceé inquieto.
- No muerdo chico, al menos de momento. Siéntate. 
Más que una invitación me sonó a orden, y asustado como estaba obedecí nuevamente, eché un vistazo hacia la puerta de la casa que aun seguía abierta.
Me acerque nuevamente a la larga mesa y tomé asiento en una de las sillas forradas de terciopelo rojo, el extranjero acercó una jarra y llenó un vaso de agua para después acercarlo hacia mi.
- Gracias. Cogí el vaso pero dude en beber, pese a tener la garganta seca.
- Necesito sincerarme con alguien, y te he elegido a ti, se que no te caigo muy bien, pero estoy desesperado y me quedan pocas horas de vida. 
- Señor, no entiendo...
- Escucha muchacho, soy esclavo de la enfermedad y mi vida se apaga. Este será el último día que mis ojos vean, hoy ha sido el último amanecer que he podido contemplar. Mañana Hipólito, ese es mi nombre, dejará de existir.
Tragué el vaso de agua de golpe y miré asustado aquellos ojos tristes y apagados.
- Solo tengo doce años, ¿Qué quiere que haga?. 
El extranjero sonrió fugazmente, pareció divertido ante mi observación.
- Eres joven, pero pareces despierto, y lo más importante pareces tener más inteligencia que la mayoría de tus paisanos. Solo quiero que escuches mi historia, después te iras por donde has venido, solo te pido que te quedes hasta la hora del almuerzo.





jueves, 2 de agosto de 2012

La increible historia de Hipólito "El hombre pájaro". I





" Dédalo aconsejo a su hijo Icaro que volará a una altura que no fuese ni muy alta, para no acercarse al sol y que se derritiesen las alas, ni muy baja para no ser engullidos por el océano" ( Mito Griego).

. . . . .

Me había quedado ensimismado, en realidad había perdido la noción del tiempo contemplando como el sol se ponía tras las moles de hormigón en el horizonte.
Un airecillo agradable trajo consigo el olor a tierra mojada y meció suavemente las cortinas del balcón, el suave ir y venir las acunaba y me acariciaban agradablemente la planta de los pies.
No se sí alterado por los aromas de la tormenta pasada, o por las oscuras avecillas que surcaban el cielo buscando refugio, lo cierto es que por mi cabeza comenzaron a recobrar fuerza los antiguos lugares de la infancia y los sucesos olvidados en lo más profundo de mi mente.
Me removí intentando alejar el abrazo del sopor, pero fue en vano, mis manos tantearon sobre las sábanas a la vez que la vejez retrocedía hasta hacerme recordar lejanos países, amores olvidados y la dulzura de la infancia.
         Volvía a ser un crío, correteando por aquí y por allá, la sorpresa del día a día y la aventura sin fin de los veranos en la casa de mi abuelo. Las sonrientes caras de mis compañeros de juegos, y el mágico valle como grandioso escenario de todo ello.
        Un remolino continuo de recuerdos que se hacían casi reales, me producía la sensación de estar vagando por las estrechas y empinadas cuestas del pueblo. 
De repente como sí hubiese echado el ancla, todo se paró, percibí con claridad una serie de detalles ya vividos, y no se el por qué presté atención a aquellos y no a otros. 

           Tendría unos doce años cuando aquel extraño hombre llegó al pueblo.
No se habló de otra cosa durante días, ¿Quién era el extranjero que había comprado la casa del llano?. La frase corría de boca en boca, de la taberna a la iglesia, de la huerta al corral y así sucesivamente y vuelta a empezar. Y es que para las sencillas gentes del valle, el forastero no se lo ponía fácil. Se mostraba huidizo y solitario, y aunque educado y sonriente no se prodigaba mucho por la villa.
- Menos mal que por lo menos es cristiano. Dijo doña Remigios un día al salir de misa.
El hombre agarraba el sombrero pensativo y serio, así escapó de la iglesia y aunque el no se percatará unos cuantos cientos de ojos no le perdieron de vista hasta que dobló la esquina y desapareció por la calle mayor.



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